Barría el patio trasero de mi abuelo Eduar
cuando oí la hojarasca quebrarse en el aire.
Me imagine mis días amontonados,
como hojas amarillas que se arrastraban al viento
Sobre una piedra mire el árbol de otoño
que amaba tanto mi abuelo.
Lo recordé diciendo:
-los árboles viejos se doran
hasta encontrar la raíz de su tristeza.
Sólo podemos percibir ese momento
en todo su esplendor,
cuando el corazón
de un hombre se ha vuelto amarillo.
Es como el oro, cuando la tarde de su vida
se lleva las horas,
vistiéndolas con el viento
del tiempo.
Cada hoja es un día de vida,
guardado para ese momento.
Cada rama es un sostén de soledad
para soñarse frondoso y despierto.
¡Tan llena de jubilo parece la vida!
Mientras todo sigue creciendo
desde ese tronco endurecido.
Hoy yo he barrido mi vida,
tratando de limpiarla del paso del tiempo
sintiendo de golpe la historia
de todas las edades
como para decir que los árboles de lapacho
susurran y lloran.
Hoy las palabras de mi abuelo
suenan en mis oídos .
Los árboles dejan las hojas bajo sus pies.
Parecen caer en profunda nostalgia.
Pero mi abuelo con sus ojos profundos
y brillosos, rompe el témpano de su soledad.
Desgarrando la tarde con la mirada.
Un día mi abuelo ya no me hablo más,
se quedo callado con la alegría de su tristeza
muy dentro de él.
Se encamino hacia una piedra,
y detrás del árbol de lapacho
se quedo sentado,
para no volverse a levantar jamás.
Ese día mi abuelo no murió,
y se convirtió en un árbol
que solo disfrutaba del viento,
la brisa y la soledad.
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